El triunfo de Jade en la mesa de póker, aunque un respiro momentáneo para su espíritu, tuvo un efecto inesperado y perturbador. Hywell no era un hombre que pasara por alto ningún detalle, especialmente no un talento oculto en lo que consideraba su propiedad. La satisfacción en su rostro aquella noche se había transformado, en los días siguientes, en una observación más aguda, casi depredadora. Sus ojos seguían a Jade con una intensidad que la hacía sentir como si estuviera bajo un microscopio. La máscara de esposa dócil se volvía más pesada con cada mirada sospechosa que Hywell le dedicaba.
La tensión se hizo palpable. Los encuentros furtivos con Nick se volvieron aún más peligrosos. Había un presentimiento, una sensación de que el aire en la mansión se había vuelto más denso, cargado de una expectativa silenciosa. Una tarde, mientras estaba en el salón de música, Hywell entró, no con su habitual autoridad ruidosa, sino con un silencio que la hizo encogerse. Se detuvo en el umbral, lo