Los días se transformaron en un patrón tortuoso para Jade. Durante las horas de luz, era la esposa modelo que Hywell exigía. Se vestía con los elegantes conjuntos que le dejaban en su armario, asistía a las lecciones de protocolo y las reuniones con los diseñadores de interiores para la "decoración de su nuevo hogar", y se presentaba en la mesa con una compostura impecable. Su sonrisa era un artificio, sus respuestas, evasivas y corteses.
Recibía a los pocos invitados de Hywell con una gracia fría, permitiendo que él la exhibiera como su trofeo, una posesión más en su vasta colección. Hywell, complacido con su aparente docilidad, la observaba con una satisfacción calculada, a menudo deteniéndose a su lado para colocar una mano en su cintura o besarle la mejilla en público, recordándole a ella, y a cualquier observador, su dominio absoluto. Jade sentía cada toque como una quemadura, una violación silenciosa de su propia piel, pero mantenía la máscara. Sabía que su supervivencia dependí