Los días siguientes a la reprimenda de Hywell se arrastraron con una lentitud sofocante. La mansión, antes solo una prisión física, se había convertido en una trampa invisible.
Jade sentía las miradas, reales o imaginarias, a cada paso. Las doncellas parecían más silenciosas, los guardias más atentos. Cada vez que intentaba salir de su habitación o ir al jardín, una figura aparecía discretamente, una sombra vigilante. La "consecuencia" de su insolencia era una asfixiante falta de privacidad, y un recordatorio constante del control absoluto de Hywell.
Se encontraba en la biblioteca, un refugio que antes había sido su única vía de escape. Estaba sumergida en un libro, intentando ahogar la creciente sensación de claustrofobia, cuando la puerta se abrió con un crujido apenas perceptible.
Jade levantó la vista, el corazón dándole un vuelco.
Era Nick.
Él se adentró en la habitación, sus pasos silenciosos sobre la gruesa alfombra. Llevaba ropa informal, una camisa oscura que acentuaba sus am