La pregunta de Hywell resonó en el silencio íntimo de la suite en Tokio; una propuesta que eclipsaba el vasto horizonte de la ciudad que se extendía más allá de los ventanales panorámicos.
Jade lo miró, sus ojos reflejaban una mezcla de asombro, una vulnerabilidad tierna y una felicidad abrumadora que apenas podía contener en su pecho. Se sentía ingrávida, como si las palabras de Hywell la hubieran elevado por encima de la cama de seda, por encima de los rascacielos relucientes y las complejidades de su pasado. Hywell era un hombre dispuesto a todo por ella.
—Hywell… —su voz era apenas un susurro, una exhalación llena de emoción, pero su corazón gritaba la respuesta con una fuerza inaudita—. Hywell, ¿hablas en serio?
Él la miró con una intensidad que le erizó la piel, una súplica silenciosa en sus ojos que le pedía confirmación y le exigía su elección definitiva. La tensión en el aire era casi palpable, densa con la promesa de lo que estaba por venir.
—Sí —dijo Jade, su voz se hizo má