82. Confesión involuntaria
Alessandro
En cuanto las cámaras se alejaron de nosotros, presioné el bolsillo interior de mi saco para asegurarme de que los documentos de divorcio seguían ahí, después de encontrarlos en el auto al llegar a la ciudad. Al final de la noche la enfrentaría al cumplir mi parte para que Deborah los firmara.
—Te lo dije —Se acercó con esa sonrisa confiada y desafiante que perfeccionó con los años—. Sabes que lo que tenemos no puede acabar por una aventura.
—Alessandro, Deborah, ¡felicidades por la exhibición!
Un coleccionista mayor se acercó con copa en mano, interrumpiendo el momento, aunque no recordaba su nombre. Entonces hice lo que mejor sabía: elogiar a mi esposa.
—Las piezas de esta noche son extraordinarias, pero estoy seguro de que usted ya lo sabe. —El hombre le dedicó una inclinación respetuosa a ella—. Perdón, mi querido, pero debo robártela porque ese grupo muere por conocer los detalles de la adquisición de la obra de Tucci.
En Deborah se activó el modo anfitriona y su sonr