Roxana

Me ajusté el peinado por tercera vez frente al espejo, buscando excusas para no ir. Al menos no con él.

—No me siento bien —dije sin mirarlo—. Quizás debería quedarme con Andrea. Quiere que leamos el libro nuevo que le regaló tu hermano.

—¿Vas a decepcionar al chico justo hoy? —preguntó al tomar la chaqueta de cuero.

La pregunta me sacudió, porque Paolo me había escrito de nuevo esta mañana para que confirmara mi asistencia.

—Ni siquiera es una fiesta grande, Valentino, y tampoco te gustan los Bianchi.

Se giró y la luz del atardecer que se filtraba por las cortinas de seda lo bañó en tonos dorados, acentuando la perfección fría de sus facciones.

—Precisamente por eso, amore mío. Quiero demostrarte que estoy dispuesto a todo por ti, incluso relacionarme con esa gente.

Las últimas palabras salieron de sus labios con desprecio.

—Valentino…

—¿Qué clase de madrina serías si faltas a su cumpleaños?

La manipulación era tan hábil que casi pasó desapercibida. Pero el problema era que