47. Una dosis de realidad
Alessandro
Roxana no tardó ni diez minutos en bajar y azotó la puerta del auto sin mirarme.
—¡Arranca de una vez! —me gritó antes de golpearme con el bolso.
Pero me giré hacia ella.
—¡No hasta que me respondas! ¿Qué carajos pasa contigo? ¿Sufres de bipolaridad o algo así?
Sus ojos se endurecieron, y vi que iba a obtener mi merecido cuando entrecerró los ojos:
—Mi esposo es tu hermano, Alessandro —dijo con la voz enronquecida—. Y tengo un hijo que proteger. No voy a exponer su estabilidad por una aventura, porque eso es lo que ha sido esto. ¿O no? ¿Acaso no fue el morbo lo que nos hizo casi hacerlo en ese estacionamiento? Lo que hicimos no está bien ante los ojos de...
—¿Y te importa lo que piense el mundo? —la interrumpí—. Al menos admite que conmigo te corriste como nunca. ¡Soy mejor amante que él! —le grité, perdiendo toda compostura.
Pero lejos de lo que esperaba escuchar, me gritó de vuelta:
—¡Sí, es verdad! ¡Pero ambos seguimos casados y eso no va a cambiar de la noche a la ma