26. Mi refugio
Roxana
El Café El Rincón no había cambiado en los años desde que dejé de trabajar aquí. La familiar campanilla oxidada sobre la puerta me daba la bienvenida cada vez que necesitaba lidiar con mis pensamientos.
Reconocí los sofás desgastados que Lucía rescató de una venta de garaje con mi ayuda, solo porque le mencioné que me recordaban a la sala de mi abuela en Málaga.
Las conocidas estanterías abarrotadas de libros usados se alzaban contra las paredes. Permanecía incluso el aroma a café recién molido mezclado con canela que me transportó instantáneamente al pasado.
Me acomodé en el sofá más alejado de la entrada, donde los muebles formaban una pequeña isla de privacidad y me hundí en los cojines deformados por miles de lectores anteriores.
Mi refugio. Antes de convertirme en una Di Marco, cuando trabajaba aquí para costear mis estudios y enviar dinero a Elena en España. Cuando cada euro contaba y cada hora extra significaba la diferencia entre cenar o no.
Sonreí con tristeza.
Observé