El trozo de piel de venado yacía en el centro de la choza del consejo como una serpiente venenosa. El tosco dibujo era un grito silencioso que resonaba más fuerte que cualquier tambor de guerra. Entreguen a su diosa. O ardan.
El silencio que siguió a la lectura del mensaje fue un abismo. Nayra observó los rostros a su alrededor, su mente analizando cada reacción. Vio el miedo, puro y animal, en los ojos de los ancianos. Vio la ira y la lealtad inquebrantable en el rostro de Itzli, cuya mano se aferraba instintivamente al mango de su macuahuitl. Y vio la duda, la semilla peligrosa que Ocotl había querido plantar, brotando en las miradas de los aldeanos comunes.
Su fe era fuerte, pero la promesa de ver a sus hijos morir de hambre o de sed era una prueba terrible para cualquier creyente.
"Es una trampa", dijo Itzli, su voz un gruñido bajo. "Quieren dividirnos. Quieren que luchemos entre nosotros como perros por un hueso".
"Es una trampa que funcionará", susurró un anciano, Xico. "Nuestro