Impasse - El arrogante CEO y la dulce mujer de la limpieza.
Impasse - El arrogante CEO y la dulce mujer de la limpieza.
Por: N.A.S.C
Cap.1

Nueva York

16 de junio

Llegué a casa y me tiré en el sofá, con ganas de llorar y gritar para que todos me oyeran. La presión en el pecho era insoportable.

—¿Amiga, te ha pasado algo? —Jéssica, mi mejor amiga, se acercó con expresión preocupada.

Levanté la cara y la vi terminando de arreglarse el pelo antes de volver al trabajo.

—Me han despedido. —La respuesta salió en un susurro, casi un lamento.

La expresión de curiosidad de Jéssica se transformó en susto. Se calzó los tacones y se sentó a mi lado en el sofá, con mirada de preocupación.

—¿Ha sido tu jefe? —preguntó con la voz temblando.

—Sí. —Respiré hondo y me incorporé—. Dijo que si no cooperaba con él, me despediría. Y cuando acercó esas manos asquerosas a mi pierna, no pude aguantar y grité, llamando la atención de toda la oficina.

—¿Te llegó a tocar? —Su enfado era evidente.

—No le dio tiempo, me levanté y me fui. Pero me siguió y me soltó algo que ya me temía.

—¿El qué? —Jéssica estaba tensa, preparada para atacar.

—Que me contrató porque le parecí que estaba buena. —Sentí un nudo en la garganta—. Y que si no fuera por él, nunca encontraría trabajo. Que mi nombre está manchado en el mercado laboral.

Jéssica me miró con lástima, apretándome la mano con fuerza.

—Lo siento, Ariel.

Las dos sabíamos que razón no le faltaba. Thomas se había encargado de extender rumores sobre mí, y ahora, con la influencia de su apellido, no conseguiría trabajo en ningún sitio.

—Para colmo, el muy imbécil dijo que iba a confirmar todas las acusaciones. —Agarré un cojín y enterré la cara en él, intentando ahogar un grito.

—¿Estarías dispuesta a trabajar en lo que sea? —preguntó Jéssica en voz baja.

Asentí con la cabeza, todavía con la cara hundida en el cojín.

—Bueno, en la empresa han abierto plazas para personal de limpieza.

Levanté la cabeza y miré a mi amiga con esperanza.

—Sabes que acepto lo que sea.

—Pero no tiene nada que ver con tu formación. —Me lo recordó con expresión preocupada.

—Lo sé, pero no me puedo permitir el lujo de estar en paro. Tengo que ayudar con las deudas y mi madre necesita la medicación. —La angustia se transparentaba en mi voz.

Jéssica sabía que la salud de mi madre no estaba bien y siempre me ayudaba a comprar los medicamentos cuando yo no podía. Pero yo no quería abusar de su buena voluntad.

Solo tenía a mi madre y a un hermano que vivía en Portugal. Era mayor y se mudó cuando tenía 18 años. Le echaba de menos, aunque hablábamos por videollamada más de dos veces por semana. Max no sabía nada de lo de mamá, porque ella no me dejó contárselo.

Al principio decía que no quería preocuparle, y yo estuve de acuerdo porque sabía que dejaría la universidad y sus sueños para venir a cuidarla. Pero cuando él terminó la carrera, ella siguió insistiendo en no decírselo, y yo respeté su voluntad.

—Vete a cambiarte. Vienes conmigo a la empresa y te presento a Dulce. Es la gerente de Recursos Humanos y se encarga de las contrataciones. Por suerte, le caigo bien. —Jéssica sonrió, intentando animarme.

Esbocé una leve sonrisa.

—¿Crees que saldrá bien?

—¡Claro que sí! Si hay alguien que puede ayudarte, es Dulce. ¡Ahora ve!

Corrí a mi habitación, sintiendo el corazón latir más rápido. Tenía la esperanza de conseguir ese trabajo.

No me importaba en qué área. Con mi reputación, pensarían que no era digna de ninguna plaza, pero tenía que intentarlo.

Subimos al coche de Jéssica y atravesamos el tráfico de Nueva York hasta la empresa. Nada más aparcar en el parking, me invadió los nervios. Necesitaba ese trabajo de verdad.

Íamos hacia el ascensor cuando oímos una voz pidiendo que lo sujetáramos. Jéssica agarró la puerta al momento y entró una mujer alta, con el pelo oscuro y muy bien cuidado.

Cuando se giró hacia nosotras, con aquellos ojos azules claros y una sonrisa amable, reconocí quién era. Alicia Mitchell, dueña de la mitad de la empresa.

—¡Buenas tardes! Gracias por sujetar el ascensor. —Dijo sonriendo.

—¡Buenas tardes! —respondí, intentando no tartamudear.

—Buenas tardes, Sra. Alicia. —La saludó Jéssica de forma formal, pero Alicia la miró con expresión extraña.

—Ya hemos hablado de esto, Jéssica. —Dijo Alicia con una mirada entre seria y un punto de broma.

—Perdona… Alicia. Fuerza de la costumbre. —Se disculpó Jéssica encogiéndose de hombros.

—No pasa nada… ¿La reunión se ha aplazado a las 18:00, ya se ha comunicado? —Alicia cambió de tema con una sonrisa relajada.

—Sí, allí estaré con los becarios. —Respondió Jéssica, pareciendo más tranquila. Alicia se volvió hacia mí.

—Y tú, ¿cómo te llamas?

—A… Ariel Davis. —Respondí nerviosa, mientras las palabras salían en un hilo de voz. Admiraba mucho a esa mujer.

—Un placer conocerte, Ariel. Por tu expresión, creo que ya me has reconocido. —Dijo, sonriendo de una manera que me hizo ruborizar de vergüenza.

—Lo siento. —Murmuré, desviando la mirada, intentando no parecer tan azorada.

—Tranquila, estoy acostumbrada a estas miradas. —Alicia rió suavemente, lo que me calentó un poco el corazón.

—He traído a Ariel para probar suerte con la plaza en el equipo de limpieza. —Interrumpió Jéssica, haciendo que se me abrieran los ojos de par en par, estupefacta.

—Ya veo. Bueno, dile a Dulce que la plaza es suya. —Dijo Alicia, como si fuera lo más natural del mundo.

—Sí, se… Alicia. —Dijo Jéssica, radiante, con una sonrisa capaz de iluminar el día más gris de Nueva York.

Las puertas del ascensor se abrieron y salimos las tres. Alicia me dedicó una sonrisa cálida antes de seguir su camino, y esperé a que se alejara para hablar por fin con Jéssica.

—¿Cómo que “que la plaza es mía”? —pregunté incrédula, con el corazón acelerado.

—Es dueña de la mitad de todo esto, y sé que tiene buen corazón. Me he aprovechado de eso, sabiendo que te daría la plaza. —Jéssica guiñó un ojo y empezó a caminar con paso ligero, como si el mundo estuviera de nuestra parte.

La seguí rápidamente, casi tropezándome de la emoción, mientras Jéssica nos guiaba hasta una sala de copias. Hizo algunas copias de documentos y de mi currículum, y mi corazón iba a mil por hora.

Nada más llegar al despacho de Dulce, una señora de pelo grisáceo y expresión adusta alzó la vista de los papeles. Me evaluó por encima de las gafas y el ambiente se volvió tenso.

—¿Qué haces tú por aquí? —preguntó Dulce con voz firme, mientras yo dejaba los papeles sobre su mesa.

Jéssica empezó a explicar, pero la expresión de Dulce no era nada esperanzadora. Decidió consultar mi historial laboral y mi ánimo empezó a venirse abajo.

—Yo… —intenté explicar, pero las palabras se atascaron en mi garganta.

Entonces vio los rumores y denegó la contratación.

Jéssica notó mi desesperación y salió en busca de Alicia, como una heroína que va a salvar a su amiga.

Me quedé plantada, mirando al suelo, sintiendo que todo se había acabado. Pero, al cabo de unos minutos, Alicia volvió y habló con Dulce mientras esperábamos fuera. Luego se acercó y se plantó delante de mí.

—Sé que no hiciste nada… —dijo Alicia, mirándome con expresión acogedora—. La culpa es de esos idiotas que piensan que, porque tienen dinero, pueden andar por ahí acosando a las mujeres.

Se acercó y me tocó los hombros con suavidad. —Puedes quedarte tranquila, tu empleo está garantizado.

Me invadió una ola de alivio, pero en seguida volvió a apoderarse de mí la ansiedad. Después de solucionarlo todo, Jéssica se fue a su mesa y yo me dirigí al ascensor, todavía sin creerme lo que había pasado.

Nada más abrirse las puertas, me encontré con una escena que me dejó paralizada: una pareja enrollándose. La mujer me miró fijamente y, cuando el hombre se giró, se me cayó el alma a los pies. Era Christian Mitchell.

—Per… perdone. —Se me escapó la palabra, como si no quisiera salir.

Su mirada se llenó de desdén y su expresión fría me evaluó como si fuera un estorbo.

—¡Sal de mi vista! —ordenó, sin ningún asomo de educación.

Solo entonces me di cuenta de que estaba quieta, estorbando el paso.

—Lo siento. —Dije, intentando apartarme.

—¿Es que solo sabes pedir perdón? —replicó él con tono cortante.

Christian no esperó mi respuesta y avanzó, pasando a mi lado como si no existiera. La mujer a su lado ni se despidió y siguió mirándome fijamente mientras yo entraba, sintiendo una mezcla de vergüenza y rabia.

Las puertas se cerraron y por fin respiré hondo, intentando asimilar lo que acababa de pasar. Mi corazón todavía latía rápido, pero ahora por otro motivo. Tenía que dejar atrás ese momento y centrarme en la nueva oportunidad que se abría ante mí.

Por fin, el ascensor se detuvo y salí lo más rápido que pude, dirigiéndome directamente a la parada del autobús, aliviada por tener, al menos, un nuevo camino por delante.

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