Capítulo treinta y uno. ¡Espera, Oliver!

Oliver miró al hombre y de repente tuvo la sensación de estar frente al antiguo Sebastián. Su mirada era fría y su pose rígida. No quedaba nada del hombre que lo había visto con cariño.

—No iré —murmuró Oliver—. ¡No iré! —gritó ante la pasividad mostrada por Sebastián.

—No tienes permiso de faltar, si lo haces lo tomaré como abandono de trabajo y tendré que demandarte para dejar un claro mensaje al resto de los empleados —soltó Sebastián—. Y tú, Maya. Espera la visita de mi abogado y será mejor que no le pongas trabas o te pongas melodramática porque hay muchos argumentos para conseguir el divorcio por las buenas o por las malas. Que tengan un buen día —añadió antes de salir de la habitación sin dedicarle una sola mirada más a Maya.

Maya miró con un profundo rencor a Oliver y solo cambió su mirada cuando este se giró para verla, su farsa debía seguir.

—¡Me dejará! ¡Sebastián va a dejarme, Oliver! —sollozó con fingido dramatismo—. ¡Estoy lisiada y ustedes son los culpables y aun así él
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