Alonso sigue defendiendo a su espía, recuerda la vez, cuando venían de Sicilia y los encontraron arrodillados, listos para ser ejecutados. Intervinieron y acabaron con esos perros antes de que cometieran otra injusticia.
—Desde ese entonces, sus padres y su hijo que es mi espía viven con nosotros, trabajan en la granja de los abuelos. ¿Cómo puedes dudar de su lealtad?—pregunta con seriedad. — Él no nos traicionaría, y menos por Maximiliano. La mirada de Fabrizio se endureció aún más, su mente trabajando a gran velocidad. Las palabras de Alonso y Dante comenzaron a dar forma a una sospecha que, aunque solo una teoría, ya pesaba como una verdad ineludible. La ira crecía en su interior, pero logró contenerse lo suficiente para no perder el control.—Está bien, Alonso, no te pongas así —repitió con calma estudiada mien