El detective Colombo se levantó con un gesto firme, dispuesto a retomar sus labores. Los hermanos Garibaldi intercambiaron miradas preocupadas. La guerra había anunciado su inminente llegada, y ellos debían estar preparados para enfrentar lo que fuera necesario.
—Oye Carlos, estuve investigando lo que me mandaste —dijo Colombo antes de marcharse. — Y es terrible lo que he podido averiguar, si es verdad eso. ¡Lo que le hiciste a tu pequeña hija Coral, no tiene perdón de Dios! Carlos, inmóvil, trataba de procesar lo dicho mientras Fabrizio lo fulminaba con la mirada.—¿De qué hablan? —preguntó, con ese tono protector que siempre usaba al referirse a sus sobrinos, sus propios hijos en todo menos en nombre.—De la famosa escuela a la que Carlos envió a Coral en Alemania —replicó Colombo con seriedad. Fabrizio frunció el