En ese momento, el silencio inundó la habitación. Mamá tenía la mirada fija en el abuelo, como si quisiera encontrar en sus ojos una confirmación adicional, algo que pudiera calmar el fuego de la incertidumbre que aún ardía en su interior. El detective ajustó su postura, preparándose para hablar nuevamente.
—Pero yo se la hice, mi suegro —intervino papá y sacó el resultado de las pruebas de paternidad del bolsillo interior de su chaqueta—. Míralas aquí. Lena es indiscutiblemente la madre de mis hijos. —Ya te dije que no las necesito, mi yerno —contestó mi abuelo sin tomarlas, para nuestra sorpresa. —Bueno —interrumpió el detective—, ¿qué marca? Fue entonces cuando le mostramos el antebrazo izquierdo mío y de Enril; luego señalé el de Lenita.