Papá me miró mientras su dedo se movía ágilmente sobre la pantalla de su teléfono. Yo me quedé ahí, sintiéndome como si estuviera atrapado en un limbo entre lo que deseaba evitar y lo que no podía ignorar.
—Dice el tío que ella hace más de un año que no es modelo, que no hace nada —digo finalmente, con ese tono preocupado—. Y que el manager no sabe nada de su vida.—Bueno, no ganas nada con alterarte. De todas maneras, con quien la dejó sabe que ella dice que es tuya. De seguro nos llama para pedirnos dinero por ella —asegura Guido a mi lado. Lo miro lleno de esperanza. —Seguro, mi hermano. Ya verás.—Ojalá, porque me sentiría muy culpable si le pasa algo y es mía. ¿Dónde están mamá y Cecil? —pregunto, mirando a un lado y a otro del pasillo del hospital.—Está