El sonido de sus tacones resonó en el suelo como una especie de cuenta regresiva. Cada paso que daba hacia el interior se sentía como una intrusión en el espacio personal que, hasta ahora, me había parecido seguro. Chiara no se molestó en mirar a los guardias que la flanqueaban; mantenía su atención fija en mí, como si tuviera claro que no necesitaba su aprobación, solo tiempo.
Seguimos a Chiara hasta los sillones; se sentó sin dejar de observarlo todo. Mamá le pregunta si desea tomar algo y ella asiente. Yo todavía permanezco de pie, a la entrada del salón. Mamá regresa con unos refrescos y galletas. —Ven, Agapy, siéntate aquí —me llama mamá, sentándose frente a ella—. Escuchemos qué tiene que decir la joven. Hago lo que me pide mamá sin dejar de mirar a Chiara, que toma unos sorbos del jugo