Lena se lleva una mano al pecho, como si el simple hecho de oír sus nombres le provocara un profundo dolor. Su respiración se entrecorta y la humedad de sus ojos me avisa de que está a punto de derrumbarse.  

—No... no puedo recordar nada —dice al cabo de unos segundos, apenas logrando que su voz se haga audible—. ¿Cómo es posible? ¡Dos hijos! ¡Dos...! —Su tono se quiebra y traga saliva con dificultad—. No sé quiénes son... No puedo...  

Me acerco. La abrazo muy fuerte, queriendo protegerla de todo dolor. Luego le tomo el rostro entre mis manos, mirándola con intensidad.  

—Escucha, Rosi... digo, Lena. Tal vez no recuerdes ahora, pero ellos te aman. Son nuestros niños —le cuento ante sus ojos llenos de incredulidad—. Gerónimo tiene tu forma de sonreír, siempre lo supe. Y Guido tiene tu forma de mirar al mundo, como si