446. CONTINUACIÓN
El tono de su voz es agudo, cargado de rabia. Tomo una bocanada de aire para calmarme antes de responder, pero no puedo evitar que la frustración apriete mi pecho. ¿A quién está llamando desgraciado? Yo no voy a permitir que mancille la sangre de mi familia.
—¡Daniela, soy yo, Colombo! ¡Abre la puerta! Tenemos que hablar —digo con firmeza, asegurándome de que me escuche, pero también dejando claro que no me iré hasta que lo haga.
Del otro lado de la puerta escucho pasos apresurados, objetos que se golpean y una expresión de frustración que, a pesar de los años, me resulta familiar. Finalmente, la puerta se abre de golpe y Daniela me mira con sorpresa, llevando unas gafas oscuras. Es de noche y sé lo que eso significa. Se las quito. En efecto, tiene un ojo morado.
—¿Qué hace aquí, tío Colombo? —pregunta, cruzándose de