396. EL ENFRENTAMIENTO A ROSA
Unos escoltas se nos unen. Veo a papá que llega junto a mamá; me hablan mientras me llenan de abrazos y besos. Pero no los escucho; en mi mente solo rebotan las preguntas una y otra vez. ¿Dónde está Gerónimo? ¿Dónde lo tienen? ¿Quién se lo llevó? ¿Qué le están haciendo? Hasta que mi padre me sacude y me hace mirarlo.
—¡Agapy, mírame! Te prometo que lo encontraré. ¡Te doy mi palabra, hija mía, no dejaré que le pase nada a tu esposo! —y me abraza fuertemente, como si quisiera protegerme del dolor.
Lo miro sin verlo y siento cómo se me llenan los ojos de lágrimas. Me aferro a su cuerpo, sintiendo que de mi padre depende la vida de mi Gerónimo. Veo a Guido que llega también y se abraza de Cecil. Mi corazón late con una fuerza casi dolorosa mientras el auto se desliza por las calles en dirección a la casa de Gerónimo. Apenas puedo controlar el temblor de mis manos, y mi mente no deja de jugar con imágenes aterradoras: Gerónimo en manos de desconocidos, herido, atrapado, sufriendo. Me niego