Él intentó articular una respuesta, pero las palabras se le atascaban en la garganta. Coral, con los ojos entrecerrados y la mandíbula tensa, no parecía dispuesta a darle espacio para explicarse. Maximiliano sabía que no habría escapatoria; como una tormenta, ella había llegado al fondo del misterio y estaba decidida a reclamar respuestas.
El aire en la sala se tornó denso, como si ambos estuvieran atrapados en una tormenta silenciosa. Maximiliano alzó la mirada, encontrándose de frente con los ojos furiosos de Coral. Aunque en su serenidad habitual cualquier reto le parecía manejable, esta vez sabía que enfrentarse a esa mirada sería más difícil que cualquier intriga mafiosa que hubiera enfrentado antes. Porque esto, esto era personal. —Coral… —empezó, intentando elegir sus palabras con cuidado. Los secretos comenzaban a ahogar e