La expresión de Stavri se iluminó ante la mirada de su hijo, que estaba sorprendido con su actitud. Maximiliano no podía creer lo que escuchaba; su madre, siempre tan correcta y pacífica, ahora hablaba como si formara parte de ese mundo violento que él conocía tan bien. Sus ojos se abrieron con asombro mientras observaba a esa mujer transformada, tan diferente de la dulce señora que siempre había conocido.
—¿Es tan bueno así? —preguntó Stavri con admiración, y agregó—: Me alegra saberlo, así nadie se meterá con mi hija. Estará muy segura a su lado, no como ese Luciano, y mucho menos ese tal Jarret. —No digas eso, mamá —le pidió Maximiliano, desconcertado—. ¿Por qué crees que ninguna de las familias de las chicas con las que anduvo se metía con Gerónimo? ¡Porque le te