Cuando Cristal entra en su apartamento, se encuentra con la casa oscura y revuelta, y a Gerónimo sentado en el sofá, con el arma en la mano y la cabeza apoyada en ella. Corre hacia él y lo abraza con fuerza.
—¡Cielo, mi Cielo! —es lo único que logra decir Gerónimo, mientras suelta el arma, la estrecha con fuerza contra su pecho y la besa en la cabeza—. Pensé que no iba a verte tan pronto; me estaba muriendo de desesperación sin saber qué hacer. —Perdón, amor, perdóname —balbucea ella, sin dejar de llorar y besándolo. —¿Por qué me pides perdón? —pregunta Gerónimo, que la abraza feliz. Le parece mentira que ella haya logrado regresar a él. Por eso la sostiene con todas sus fuerzas, como si temiera que se la volvieran a arrebatar. —No lo sé, siento que debo