No hay más palabras. No hay gritos. Lucía simplemente se aleja. La casa parece más fría a medida que su figura se pierde rumbo a la habitación de Coral, dejando a Carlos solo con su propia arma y el vacío que se arremolina en su mente.
Al llegar, encuentra a Coral discutiendo con Vicencio. Él, firme pero respetuoso, se niega a acostarse en su cama. —Señorita, yo puedo quedarme aquí, en la silla junto a usted —insiste Vicencio, su voz baja pero cargada de terquedad. —Vicencio, eres mi segundo padre, siempre me has cuidado —dice Coral, intentando convencerlo, su tono más cálido, incluso con un leve temblor de vulnerabilidad que solo él parece notar—. Mandaré a poner una cama aquí mañana, pero por favor duerme conmigo hoy. Me siento muy mal, por favor. Lucía se detiene en el marco de la puerta. Mirando