Mason miró al otro lado del mantel blanco inmaculado a Noura Vandenberg, una rubia perfectamente arreglada que llevaba veinte minutos describiendo su labor benéfica sin tomar aliento. Su abuela estaba sentada a su lado, asintiendo de vez en cuando y haciendo sonidos de ánimo, pero Mason podía ver la disculpa en sus ojos.
—Y entonces le dije al alcalde que, si realmente le importaba la población sin hogar, apoyaría mi iniciativa de sacos de dormir de diseño. Quiero decir, solo porque no tengan hogar no significa que no puedan tener estilo, ¿verdad?
Mason casi se atraganta con el café. —Sacos de dormir de diseño.
—¡Exacto! Estoy pensando en Jhermès o quizá Dhanel. Algo que cause impacto.
—Noura, querida —intervino su abuela con delicadeza—, quizá deberíamos dejar que Mason comparta algunas de sus ideas sobre el trabajo benéfico.
Lady Eleanor Blackwood tenía ochenta y tres años y era más aguda que un bisturí quirúrgico. Había criado a Mason desde que tenía doce años, tras la muerte de su