El estruendo del disparo resonó en cada rincón del castillo, como un trueno que se había incrustado en los huesos de todos los presentes. El silencio posterior fue aún más desgarrador: el eco del proyectil quedó suspendido en el aire, acompañado solo por el sonido ahogado del jadeo de Emma.
Su cuerpo se estremeció en el instante en que la bala la alcanzó de lado, rozando su hombro y clavándose con violencia. El impacto la hizo girar sobre sí misma; su cabello ondeó como una llamarada oscura antes de desplomarse contra el suelo de mármol. El golpe seco de su caída sacudió a Alejandro hasta lo más profundo de su ser.
—¡EMMA! —rugió con un grito que desgarró la sala, un sonido cargado de horror y furia.
El tiempo pareció detenerse. Daniel chilló desde un rincón, protegido entre los brazos temblorosos de Clara, que lo cubría como podía, mientras el niño escondía su rostro en su pecho. El hermano de Isabela, con el arma aún humeante en la mano, se detuvo un segundo, como saboreando lo que