El eco de los pasos de Isabela se fue apagando en el pasillo hasta que solo quedó el silencio, interrumpido apenas por el pitido constante de los monitores médicos. Emma seguía allí, encogida en la penumbra, conteniendo la respiración como si de pronto se hubiese convertido en parte del mobiliario del hospital.
Había escuchado demasiado. Las palabras de Isabela y de su hermano aún resonaban en su cabeza como cuchilladas que no dejaban de repetirse:
"No podemos dejar que Alejandro siga escarbando… Si no recuerda nada, es mejor mantenerlo así. Y si se entera, habrá que acabar con él."
El corazón de Emma latía tan fuerte que temió que cualquiera pudiera oírlo. Una parte de ella quería correr tras ellos, enfrentarlos, gritar que no permitiría que dañaran a Alejandro nunca más. Pero otra, la más fuerte en ese instante, la mantuvo pegada a la pared con los puños cerrados y las uñas marcándole las palmas.
No es el momento. No puedo enfrentarme sola a ellos…
Se abrazó a sí misma, intentando c