A media mañana, cuando Sofía al fin dormía después de una noche difícil, un golpe fuerte en la entrada del castillo rompió la tranquilidad.
Emma Ríos bajó las escaleras con el corazón acelerado. Desde el incendio, desde los correos de Arturo y desde la aparición de Sofía, cada ruido parecía una alarma.
Alejandro llegó a la puerta antes que ella.
Abrió con cuidado, y ahí estaba.
Una mujer.
Alta. Elegante. Vestida de negro.
Con un aire tan afilado que parecía recortar la luz a su alrededor.
—Buenos días —dijo con voz firme—. Busco a Sofía.
Emma sintió un nudo en el estómago.
Alejandro cruzó los brazos.
—¿Quién es usted?
La mujer alzó la barbilla.
—Soy Valeria Salvatierra. Hermana mayor de Leticia.
Emma se congeló.
El apellido sonó como un portazo del pasado.
Como si la casa entera lo hubiera reconocido.
—Leticia… no mencionó que tuviera una hermana —dijo Alejandro, manteniendo la voz neutra.
—Eso no me sorprende —respondió Valeria, con una sonrisa tensa—. Mi familia nunca supo guardarse