Capítulo 147

El amanecer volvió a ser un amanecer.
Por primera vez en meses, el cielo no parecía una amenaza, sino una promesa.
La ciudad se despertaba despacio, sin el zumbido de helicópteros ni el rugido de sirenas. Solo el sonido de los pájaros y las calles húmedas después de la lluvia.

Emma abrió los ojos al olor del café. Alejandro estaba en la cocina, descalzo, con una camisa blanca y el cabello despeinado.
En la mesa, Nora y Daniel desayunaban entre risas. La escena era tan cotidiana que dolía de hermosa.

—Buenos días, dormilona —dijo él, sirviéndole una taza.

—Buenos días —respondió ella, deja

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