La noche en la mansión de Arturo Salvatierra era un escenario diseñado para engañar. Las lámparas de araña iluminaban los pasillos con un fulgor dorado, las copas de cristal tintineaban en salones privados donde se cerraban pactos oscuros, y el aire mismo estaba impregnado de poder, corrupción y miedo. Emma caminaba entre ese mundo con la sonrisa calculada de alguien que fingía pertenecer, mientras en su interior cada paso se sentía como una traición a sí misma.
Julián avanzaba un poco detrás, con la serenidad fingida del que conoce el terreno pero no puede cometer un error. Los planes estaban milimétricamente preparados: conseguir credenciales de seguridad, un mapa de las cámaras y rutas de acceso, y localizar a Nora antes de que Arturo sospechara algo. Parecía sencillo en el papel. En la práctica, era como intentar bailar sobre el filo de una navaja.
Emma sabía que era ella quien debía acercarse más a Salvatierra. La repulsión se le atragantaba, pero lo disimulaba con una gracia que