Capítulo 123

La noche estaba cargada de una tensión imposible de disimular. En los pasillos húmedos de la Fundación Santillán, el eco de pasos resonaba como un recordatorio de que nada permanecía oculto por demasiado tiempo. Julián, que llevaba semanas jugando un papel doble, se movía con cautela. Fingía obedecer, fingía servir, pero por dentro la culpa y el miedo lo consumían.

Ese miedo se materializó cuando dos de los hombres de confianza de Arturo Salvatierra lo interceptaron en un pasillo estrecho. Sus sombras se proyectaban largas contra las paredes, como si fueran espectros que vinieran a reclamarle algo que él sabía que tarde o temprano ocurriría.

—¿Dónde estabas, Julián? —le preguntó uno, un hombre corpulento con voz grave.

—Cumpliendo órdenes. —intentó mantener la calma, aunque su voz tembló apenas.

El segundo, con ojos pequeños y astutos, le mostró una carpeta arrugada. Dentro, varias hojas manchadas de polvo.

—Curioso… esta carpeta la encontramos donde no debías estar. Cerca del archivo
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