―No necesito una enfermera ―afirmó Samantha con voz dura.
―Te desmayaste ayer, estás pálida, necesitas reposo y alimentarte, si tus amigas no están contigo te excederás con el cuidado de las niñas, y no puedes pretender que te cuiden en todo momento, que yo sepa deben trabajar.
―Estaré bien, Flavián, estoy acostumbrada a arreglármelas por mí misma, desaparece y mi vida volverá a la normalidad.
―Sabes que no puedo hacer eso, Aristo me ordenó que me quedara contigo, que contratara una enfermera para ti y dos niñeras…
―Ninguna niñera se acercará a mis bebés, dile a Aristo que no acepto que me imponga niñeras, son mis hijas y yo las atenderé.
―Entonces acepta al menos la enfermera, si no tendré que quedarme contigo y cuidarte yo y eso creo que te gustará menos.
Samantha soltó un bufido nada femenino.
―Si no cedes en algo tendrás a Aristo de regreso más pronto de lo que te imaginas.
Pensar en un nuevo enfrentamiento la puso nerviosa, prefería mil veces tratar con Flavián.
―Está bi