Jerónimo perdía cada día más paciencia y más diplomacia. Ya no consultaba al Consejo, directamente les gritaba apuntándolos con un dedo. Les reclamaba por la vida de su hija, lanzó amenazas y se negó a continuar con la campaña electoral. No había renunciado aún, pero tampoco hacía apariciones públicas.
Y para colmo, su esposa se consumía con cada hora que Verónica no estaba con ellos. La casa del Líder volvió a tener un silencio sepulcral.
—La encontrarán, querida. Lo harán —trataba de consolar a su esposa.
—¡No lo harán! No les importa nuestra hija, no les importa porque no es «pura».
—La policía la está buscando. Darán con ella y haré que quienes se la llevaron lo paguen.
—¡Tú t