Maximiliano no era así porque sí. No pensaba como pensaba por casualidad. Desde el momento en que abrió los ojos por primera vez, su destino ya estaba escrito. Su linaje, su apellido, siglos de antepasados lo habían marcado.
No lo criaron sus padres, como al resto de sus hermanos. A los diez años empezó su carrera: una vida entera tratando de llenar expectativas ajenas, persiguiendo sueños que no eran suyos.
Pasó ocho años aprendiendo en completa soledad. Rodeado de maestros que no toleraban errores y que se los corregían a la fuerza, sin piedad. Eso fue lo que moldeó su carácter y le endureció el alma, hasta que el Jaguar que llevaba dentro se volvió feroz, frío, calculador.
Después vinieron tres años más, esta vez de entrenamiento militar, en pleno territorio del Clan Lobo. Tampoco fue ningún paseo. Jornadas eternas, selva cerrada, balazos de fondo, con la nariz contra el barro y arrastrándose entre ramas podridas y desperdicios. Ahí fue donde su cuerpo se hizo más fuerte, y su mente más paciente. Aprendió a esperar, a moverse sin ser visto, a cazar sin apuro. Como todo buen depredador.
—Este es el informe que pidió sobre Verónica Anchorena —dijo el Lobo, vestido de negro de pies a cabeza, mientras lo dejaba sobre la mesa.
Maximiliano no lo agarró de inmediato. Caminó de un lado al otro, pensativo, hasta que finalmente lo tomó y se sentó a leer.
Verónica Anchorena. Veintinueve años. Adiestradora de aves de caza.
—Por supuesto —murmuró.Nada decía sobre su tiempo en el cónclave. Ni una sola línea. Solo había datos comunes: amistades, lugares que solía visitar, gente con la que hablaba, y fotografías. Montones de fotografías.
Y cuanto más las miraba, más se enredaba en su cabeza.
Hija única de Jerónimo Anchorena.
Relación con el padre: a pesar de tener sangre mixta, él siempre mostró cierta preferencia por ella. Incluso más que por su esposa o por otras mujeres del clan.
Había rechazado a tres pretendientes bien posicionados que pidieron la mano de su hija. Y también se negó a cumplir la orden del Consejo de mantenerla aislada, alegando que su lado humano ayudaba a generar confianza entre los Comunes.
Claro. Una herramienta política.
—Reúne a un grupo pequeño. No más de cinco. Que sean de tu total confianza y con buen entrenamiento.
El encargado de seguridad ni se molestó en preguntar para qué. No hacía falta. Ellos estaban ahí para obedecer lo que un Jaguar ordenara, no para cuestionarlo.
De pronto, la computadora comenzó a proyectar una imagen tras otra: mujeres sofisticadas, elegantes, todas con la misma expresión vacía.
Su madre ya había empezado la búsqueda de la esposa perfecta para el futuro líder. Pero Maximiliano no quería saber nada del tema. Y menos ahora.
Los cinco seleccionados se presentaron en su habitación.
—La mujer de la foto es Verónica Anchorena y van a secuestrarla. Nada de golpes, nada de heridas, y ni se les ocurra tocarla. Al que se le vaya la mano, se la corto yo mismo.
—¿Destino? —preguntó uno.
—Hampton. La casa de la playa. Quiero escolta completa y seguridad al máximo. Nadie entra y, definitivamente, nadie sale.
—Sí, señor.
Ellos se encargarían de todos los detalles.
—Señor... ¿está seguro de esto? Si esto se llega a saber...
—No me dejaron otra salida. Si pierdo las elecciones, me sacan del mapa. Es la única hija del viejo. Va a hacer lo que sea con tal de volverla a ver.
Una solución desesperada. Que estaba a punto de convertirse en algo que ni él mismo imaginaba.
—Llama a Gisella. Dile que suba.
—Sí, señor.
Quince minutos después, tocaron a su puerta. Era una mujer rubia, de rostro poco llamativo, pero con una ambición voraz por complacer al hombre poderoso. Solo quería convertirse en eso: un pedazo de carne donde él pudiera dejar su marca, su deseo.
—Señor Lavalle… —saludó con una voz cargada de intención. Para alguien como ella, era casi un privilegio convertirse en el juguete temporal de un hombre como él.
Maximiliano quiso dejarse llevar por el instinto. Por esa parte salvaje que le ardía por dentro. Pero no pudo.
Verónica.
Se le cruzaba una y otra vez en la cabeza, como una barrera que lo contenía. Como si su sola imagen bastara para apagar el fuego.
…
—Mañana es el cumpleaños de Jhonny, quiere celebrarlo en un bar.
—¿Otra vez? ¿Un bar?
—¡Vamos, Verónica! No puedes pasarte todos los días siguiendo a tu papá. ¡Salgamos a divertirnos!
—No lo sé…
—Estuviste encerrada en ese lugar demasiado tiempo. Tienes que recuperar lo que te perdiste.
Una noche en la ciudad con sus amigos. Los últimos rastros de libertad antes de que la obligaran a casarse. Porque, aunque Jerónimo ya había rechazado a algunos candidatos, ella se acercaba a los treinta. Para entonces, la mayoría de las mujeres de su clan ya estaban casadas y con hijos.
Tarde o temprano, iba a ser su turno.
—¡Está bien! ¡Salgamos!
—¡Genial!
…
—Solo lárgate —le dijo Maximiliano, con esa voz baja y tensa.
—¡No lo puedo creer! ¡Jaguar Jr. está desconcentrado! —soltó Gisella, riéndose como si hubiera escuchado el mejor chiste del año.
—¡Lárgate!
—Está bien, está bien, no hace falta gritar. Y tranquila, no pienso decir nada... tendría que estar loca.
—¡Lárgate de una vez!
¡Maldita mujer! ¡Esa mestiza!
De un manotazo tiró las fotos del informe que estaban sobre el escritorio, volaron por el aire y cayeron por todas partes. Nunca le había pasado algo así. Nunca. No a él, que siempre había sido tan fuerte, tan centrado, tan imbatible.
Y todo era por culpa de ella. De su sonrisa. De su pelo. De esa forma que tenía de mirar, tan libre, tan viva, tan... molesta.
Sentía cómo algo se agitaba adentro suyo. Su espíritu guía no paraba de moverse, como si quisiera gritarle algo, pero no podía escucharlo. Tenía la cabeza revuelta, el corazón hecho un nudo. Estaba furioso, frustrado, perdido.
Ya no tenía margen.
Iba a obligar a Anchorena a bajarse de la campaña. Y cuando lo hiciera, se quedaría con todo. Con el poder. Con el respeto. Con el título que merecía. Les taparía la boca a todos esos viejos que jugaban a ser dioses.
Tres meses. Solo tres. Y ella... se borraría de su mente para siempre.
Los cinco tipos no se le despegaron a Verónica en todo el día. Tenían órdenes claras de Maximiliano: no podían tocarla. Y ninguno se atrevía a llevarle la contra.Ella estuvo toda la mañana y toda la tarde con Jerónimo, yendo con él a entrevistas, saludando gente, sonriendo para las fotos. Nadie se dio cuenta de que, a lo lejos, dos autos negros los seguían de cerca, sin perderles pisada.Mientras eso pasaba, Maximiliano se mostraba frente a las cámaras todo lo que podía. No quería dejar ni una sola pista que lo relacionara con lo que estaba por venir. Ya había dado todas las instrucciones: cuando todo estallara, tenía que parecer cosa de una banda fantasma. Algo armado. Inventado.…La fiesta era LA fiesta. El bar estaba irreconocible, parecía una discoteca. Verónica se sentía viva de nuevo. Extrañaba eso: salir, reírse con sus amigas, bailar como si no tuviera ninguna preocupación. Tomaba, se reía a carcajadas, no quería pensar en nada.Ese mismo día había hablado con su papá. Le di
Una de las ventanas de la habitación daba a un parque. Desde ahí, lo único que se veía eran hombres vestidos de negro, todos con trajes formales y sobrios, y armados. Claramente eran del Clan Lobo. No había dudas.De golpe, escuchó que alguien estaba abriendo la puerta. Se lanzó sin pensar. Corrió con todo lo que tenía, pero terminó estrellándose contra una bandeja… y un tipo enorme. La taza, la comida, todo voló por el aire. Un desastre.Apenas logró ponerse de pie, ya la estaban arrastrando de nuevo para adentro.Las tres veces que le trajeron el desayuno, hizo lo mismo. A la cuarta, ya la esperaban dos guardias que la sujetaron antes de que pudiera romper otra taza. Esta vez, entró otro hombre también, algo mayor a los demás.—Señorita, todo lo que intente hacer es inútil. Por favor, colabore. Nadie va a lastimarla.—¿Colaborar? ¡Váyase al diablo! ¿Quiénes son ustedes y qué hago aquí?—Lo siento, pero no puedo darle esa información.—No voy a parar ni un solo día. ¡Así que si piens
Los periodistas no lo dudaron. La primera puerta a la que llamaron fue a la del Clan Jaguar y quien los recibió fue el mismísimo Maximiliano. Tuvo que improvisar una rueda de prensa en el estacionamiento de su edificio.—¡Muchos dicen que esta desaparición lo beneficia directamente y que eso es muy sospechoso! —gritó uno de los reporteros.—Lo sé. Sabía que apuntarían directamente a nosotros. Pero somos un Clan honorable, siempre lo hemos sido. Con todo respeto al Águila Anchorena, no necesitamos de estas porquerías para ganarle.—¡Entonces conoce los detalles del pedido de los secuestradores!—Claro que los conozco, cada Líder de cada Clan fue informado. Aquí estamos hablando de una heredera Nahual. El Consejo nos dio todos los pormenores.—¿Con que fin?—Somos Clanes separados por linaje, pero todos somos Nahuales. Creo que eso responde a su pregunta.Las mismas excusas y mentiras le había dado a su padre. Fue todo una coincidencia, pero llegó en buen momento, eso le allanaba el cam
Maximiliano se despertó con el sonido de vidrios rotos, algunos gritos y pasos que corrían. Se vistió con lo que tenía a mano y salió a ver que demonios estaba pasando.El escándalo provenía de la cocina. Allí estaba ella, rodeada de al menos 4 hombres tratando de desarmarla sin lastimarla. Verónica tenía un cuchillo en la mano y parecía una loca que había escapado del manicomio.—¡A ver cual es el primero! —gritaba, agitando el cuchillo en el aire.Los desafiaba, no tenía miedo para nada. Él la miraba asombrado desde la puerta. ¿Esa mujer pasó gran parte de su vida metida en un cónclave? ¿Pero que era lo que les enseñaban en ese lugar?Por poco más, los Lobos echaban espuma por la boca. En una situación similar, con cualquier otra persona, ya la habrían noqueado y atado a una silla. Pero a ella no podían hacerle nada más que intentar desarmarla. Más de uno se iría con una buena cortada.—¡Deje el cuchillo en el piso!—¡Ven y quítamelo!Maximiliano se abrió paso entre ellos y se paró
Jerónimo era otro animal enjaulado, un ave metida entre barrotes. La policía solo le daba respuestas ambiguas, que no decían nada, como buscando evadirlo o calmarlo con aire.Líder de Clan o no, lo único que permanecía puro en su vida era Verónica. La pequeña revoltosa que corría detrás de los pájaros riéndose a carcajadas, la misma que se dormía sobre la alfombra de su estudio mientras él escribía discursos.¿Cuánta desesperación puede tragarse un padre? Él sentía que estaba llegando a su límite con el correr de los días. Y ni siquiera tenía una sola noticia de ella, algo, cualquier cosa que le dijera que estaba bien.Por su mente pasaron mil y una desgracias. No quería pensar, no quería hacerlo porque cada imagen lo torturaba. ¿Si la lastimaban? ¿Si la obligaban a hablar? ¡No tenía nada para decirles, maldita sea! ¿Y si…? “No, por favor”, rogaba en su mente.Esperaba que al menos ella colaborara un poco, solo lo suficiente para que no le hicieran nada. Que las charlas interminables
Eso le alcanzaba, solo estar con ella unos minutos en el mismo lugar, compartiendo un mismo espacio sin decir demasiado, disfrutando de la cercanía en silencio. Poco a poco, su indiferencia comenzaba a molestarle más de lo que habría querido admitir, más de lo que se atrevía a reconocer, aunque intentaba no pensar demasiado en ello.—¿Solo sabes insultar, Anchorena?—¿Qué quieres oír? ¿Halagos?—No estaría mal, sería la primera vez, ¿no?Verónica se rió con una expresión de incredulidad. Estaba segura de que lo llenaban de agasajos y alabanzas a donde fuera. ¡El Gran Heredero!—Vas a decirme ahora que no te arrojan pétalos de rosas por donde caminas…—Más bien son rocas.¿Era broma? Maximiliano cada día se mostraba más pensativo, más callado, más contenido. Cruzaban algunas palabras y luego… nada. Se quedaba ahí, en silencio, un rato largo, hasta que decidía marcharse sin dar explicación, sin decir nada.Esa mañana, en teoría, se suponía que ella dormía, pero se despertó por culpa de
Ella alzó el brazo y el halcón comenzó a volar. Con silbidos, lo direccionaba. Era majestuoso, y Maximiliano se sorprendió al verla. Sabía que a eso se dedicaba, pero otra cosa era mirarla hacerlo.Con la cabeza hacia las nubes, con una sonrisa, con precisión y destreza. ¡Por supuesto que no podía dejar de pensar en ella! Era tan hermosa como el ave.Un par de silbidos y el halcón le pasó a Lavalle a centímetros de la cabeza. Otra vez y volvió a rozarle el otro lado.—¿Qué haces, Anchorena?—No vayas a decirme que le tienes miedo a un pajarito, Jaguar.De nuevo y otra vez, hasta que lo arrinconó contra un árbol. La cara de pánico que tenía la hizo reír con ganas, con tantas ganas que se le aguaron los ojos.Los de seguridad trataban de espantarlo, pero el halcón era más veloz.—¡Ya, Verónica! —gritó Maximiliano.—¡Está bien! ¡Está bien!Un silbido más largo y el animal volvió a posarse en su brazo. Ella no dejaba de reírse.—¿Estás demente?—¡Fue muy divertido! ¡Casi te infartas!Lejo
Prácticamente, Maximiliano, vivía en la casa de la playa. Llevaba más de 20 días durmiendo allí, incluso trabajando.Ese sábado por la noche era la famosa "cita" con su futura esposa y él se preparó como siempre: traje oscuro, camisa blanca, corbata. Recién afeitado y perfumado. Para colmo, cualquier cosa que se ponía le quedaba a medida.Se estaba ajustando los gemelos de la camisa frente al espejo del recibidor, cuando Verónica pasó «casualmente» toda despeinada, descalza y con un pantalón, que parecía nunca se quitaba.Lo miró un rato antes de hablar.—¿Te vas a tu cita?—Sí.—Bueno, diviértete, tú que puedes salir. Quizá vuelvas de buen humor y al fin me digas para qué me tienes aquí.Con eso siguió su camino.Él lo resintió. Quería fingir que no la había secuestrado, que estaba allí por obra de algún misterio. No quería recordar lo que le estaba haciendo y por eso se esforzaba. Por eso había comprado el ave y mentido que e