—No tiene por qué.
—Sé que piensas que no tengo por qué involucrarme, tal vez tienes algo de razón cuando dices que no somos nada. Pero me importas. Verás… Siento que somos parecidos. Callados, observadores, nos guardamos lo que sentimos.
—Eso debería hacerte entender que no quiero seguir por esta línea de diálogo.
Odió comportarse con tal brusquedad, ser antipática, pero estaba entrando en pánico y no quería que él la acorralara con preguntas. Lo único que podría salir de su boca sería un aullido de furia, insultos, miseria. El día que las paredes que tan trabajosamente había levantado esos meses se derrumbaran, gritaría y lloraría sin control. Y no era algo que quisiera hacer frente a Jace Monahan. Aun le quedaba un resto de orgullo.
—Solo digo que tienes en mí a alguien dispuesto a escuchar. Alguien que no te va a juzgar ni cuestionar.
—¿Por qué te importa?
Lo confrontó, agitada. No podía entender su insistencia, su porfiada obstinación. No eran amigos, no eran cercanos. Se habían