Luego, se detuvo y se incorporó, observando a su alrededor, hasta que encontró algo que pareció satisfacerlo. Le vio coger varias de sus pañoletas de seda con desconcierto y curiosidad, que luego se tornó en temor cuando él tomó una de sus muñecas con delicadeza y la ató rápido en el respaldo de su cama.
—¿Kaleb?—dijo, con inseguridad.
La atadura no ajustaba, era más la sensación de estar restringida que la sujeción en sí.
—Casie—él se acercó más—. Si me lo permites, te prometo que gozarás.
Por un instante no supo que hacer, pero su deseo pudo más y decidió que iba a confiar en él, por lo que asintió. Con nervio creciente vio como ataba todas sus extremidades con habilidad, lo que dio a entender que tenía mucha experiencia. Se sintió desnuda y expuesta, y el pensamiento de qué hubieran dicho sus padres si la vieran o supieran de esto la paralizó. ¿Cuántos insultos le habrían ganado? Él llamó su atención con un leve golpecito en su pie. Lo vio a los pies de la cama, claramente observan