Se había alegrado infinito cuando la madre de la joven, otra mujer encantadora y de charla fácil y agradable, le había dado la noticia de que tenía un novio deportista y millonario y se había mudado con él al Este. Eso le hizo entender que la tristeza que había percibido en aquella, que ella atribuyó de inmediato a mal de amores, se había difuminado, Que todo se resolvió exitosamente fue evidente para Casie la última vez que la vio, cuando Sharon había pasado por el local y había traído consigo a un hombre espectacular, de esos que suelen verse en anuncios de perfumes o ropa cara o en las revistas de deportistas de élite.
Se leía el cariño y el amor que se tenían en sus ojos y en sus manos entrelazadas y habían llevado una buena porción de dulces para el viaje.
Sharon era una mujer tan agradable que había logrado traspasar las barreras de la formalidad que Casie solía imponer a sus clientes y a la gente en general. No se prodigaba con facilidad y eso era responsabilidad o culpa del bastardo de su ex, que había matado en ella cualquier rasgo de extroversión. Años de sometimiento y humillaciones casi habían logrado aniquilar su espíritu. Pero eso estaba atrás, era pasado y pisado, se dijo, sacudiendo la cabeza para espantar malas memorias. El pitido del reloj del horno le hizo saber que las masas estaban listas. Sacó las planchas y las posó en la mesada para que comenzaran a enfriarse, e hizo un gesto de alivio al notar que estaban perfectamente horneadas. Alistó el fondant y miró el punto de las cremas, los distintos confites
y adornos con prolijidad y se abocó, luego de un tiempo de enfriado prudencial, a dar vida a las exquisiteces dulces que caracterizaban a su tienda, Kelly´s Delicatessen.
En unas horas serían degustadas en una de las principales mansiones de Los Ángeles, la de los Monahan, en Beverly Hills. Esta podía ser la oportunidad para dar un empujón a su local y colocarlo en el radar de sectores más pudientes. Tal vez podría acceder a eventos empresariales y con eso, despegar su marca y su negocio. Ese era su gran sueño, uno que iba de la mano de la necesidad de la independencia económica. Por años había sufrido la opresión de no tener sus propios ingresos, pues su ex consideraba que la mujer debía ser una simple receptora de lo que el hombre le daba.
Ella lo había aceptado tontamente considerándolo un símbolo de orgullo masculino por sostener a su amada, pero había implicado un poder sobre ella que lamentaba. Cada vez que recordaba cómo había permitido que él la manipulara durante diez años se volvía loca y se ponía enferma. ¿Cómo había permitido su cutre juego, la extorsión emocional a la que la sometió?
Entonces se calmaba y recordaba lo que su psicóloga y su hermana le decían: el sometimiento y la manipulación se construían a lo largo de los años. En su caso había sido desde los dieciséis años, momento en que había comenzado un noviazgo romántico y casi de novela con Richard.
Con el correr del tiempo, el sueño del matrimonio y el felices para siempre se habían transformado en un verdadero infierno. La fue separando de su familia y de sus amigos, hasta que finalmente se convirtió en una solitaria que únicamente lo tenía a él como referencia. Cuando la manipulación mental devino en física, y cuando esta se tornó fiera y peligrosa, tuvo el acierto de pedir ayuda a tiempo. Fue su hermana Marie, la que siempre insistió y no dejó de llamarla, la que finalmente la auxilió para irse de su casa.
Había comenzado entonces un duro período de separación y trámites de divorcio, tiempo que estuvo signado por la persecución y el acoso y en el que comenzó a conocer de verdad el monstruo al lado del que había vivido.
El incesante asedio al que la sometió, buscándola en todos los espacios en los que ella estaba o visitaba, la obligaron a cambiar de ambiente y dejar atrás a su hermana en Utah. En California había encontrado su lugar, en la gran ciudad de Los Ángeles en la que perderse era posible.
Aquí había comenzado a construir su pequeño negocio, ese con el que siempre había soñado y que su madre había estimulado desde pequeña. Con el recetario de su abuela y de su madre en sus manos no tenía más fantasía que la tranquilidad, la independencia financiera y la esperanza de que, en un futuro un poco más lejano, podría construir un hogar.
No era algo que estuviera en sus prioridades en este momento. Había mucho trabajo por hacer. Y a eso se abocó hasta las ocho de la mañana, cuando recién dio por terminada la tarea, agotada. Los brazos y espalda le dolían y sus piernas la estaban matando.
Empaquetó todo en los contenedores adecuados y preparó primorosamente cada uno de los paquetes que llevaban su marca. Lo principal, pero, eran las delicias frescas y artesanales. Y trabajaba para que la estética de la presentación y el embalaje estuviera acorde con ellas. Al fin, el pedido listo y terminado a tiempo, pudo relajarse.
El agotamiento la llevó a dormitar al lado de su café y de su teléfono. Sharon le había mensajeado para hacerle saber que uno de sus cuñados iría por los paquetes. Uno de sus deberes era la distribución, pues no tenía los medios para asegurar que una cantidad de estas características llegara en buen estado.
El sonido del timbre la despertó y al mirar su reloj, vio que habían transcurrido un par de horas. El cansancio le había ganado y la había hecho dormir. Probablemente en su puerta debía estar uno de esos hombres millonarios.
Alisó su cabello, tratando de ordenarlo. Se había dormido con la cabeza apoyada en sus manos y su frente probablemente estaba marcada por sus anillos. Siempre se había preguntado cómo era posible que hubiera mujeres que se despertaran exultantes y con rostros impecables e intocados como si las sábanas no pasaron por ellas.