—Si entro en este momento, no vamos a salir de este apartamento, porque voy a tomarte entre mis brazos para comenzar a hacerte lo que tengo en mente.
Este comentario provocó la reacción ruborosa que tanto le gustaba, pero ella se recompuso y carraspeó, preguntando:
—¿Dónde vamos?
—Esta es una cita, con toda la parafernalia que mereces. Esto es cena, conversación casual, baile, beso y, si tengo suerte y tú cedes a lo que sientes, sexo al final.
Ella parpadeó y abrió su boca, boqueando con gracia, buscando recomponerse, y frunciendo levemente su entrecejo.
—No escarmientas. Eso no es algo que debiera irse dando natural, ¿no lo crees? En la medida que la noche avanza y nos conocemos más. Me refiero a todo eso de primera base y segunda y cuando corresponde cada una en cada cita.
—Tonterías, Kelly. Estamos más allá de eso. Ya nos conocemos bastante para saber qué queremos del otro. Creo que quedó bien establecido anoche que eres una mujer con apetito y estoy aquí dispuesto a satisfacerlo, con gran placer de mi parte, agrego.
—¡No hables de ese modo!—gimió ella, provocando que él riera alto, encantado de la manera tan femenina y tímida que ella se cubrió el rostro.
—Te pone nerviosa, pero también te provoca, lo sé. Y alimenta mis ganas también— El envolvió su brazo la cintura y la pegó contra, sí haciéndole sentir su calor y su masculinidad, que casi era una constante a su lado —. Me voy a someter a la tortura de la cita, esperando durante varias horas para tomar lo que quiero, sabiendo que inevitablemente esta atracción que nos une nos va a llevar a la cama.
—Dios… Me desconciertas, me sorprendes y me dejas sin palabras. Yo…nunca había hecho algo así.
—Así, ¿cómo? ¿Salir con alguien con quien deseas tener un encuentro sexual? No hay nada de malo en esto, en hablar claro y ser sincero. Las mujeres prefieren los subterfugios, que les cuenten una historia bonita y que parezca que el sexo es lo último que el hombre deseas. No es así, preciosa, es lo primero en la mente de cualquier macho que se precie.
—Lo sé, pero yo… Ni siquiera he vivido una cita normal.
—No es que me alegro de ello, gatita, pero soy egoísta y me pone mucho ser el primero en llevarte a una. Y en contribuir a que te abras a mostrarte cómo eres en realidad. Piensa que esto te exime de lo tenso de una salida, en la que normalmente te preguntas hasta dónde avanzar, qué es correcto, esperable o no. Vas a saltearte todo eso, cortesía de mis ya expuestas ganas de ti.
—No puedo decir que tu crudeza no me pone nerviosa o ansiosa. Me imagino que…—contestó ella, bajito.
—Lo único que debes imaginarte es cómo te voy a tomar y cuán alto vas a gritar mi nombre esta noche.
—Dios, basta…—ella apoyó la espalda contra la puerta y miró nerviosa a su alrededor, muy probablemente temerosa de que alguien en el pasillo o departamento contiguo pudiera escuchar. Se rehízo y lo miró, la naricita fruncida—. Eso es un poco vanidoso de tu parte, ¿no te parece?
—Soy un hombre consciente de mis fortalezas. Aunque paradójicamente te veo como una de mis debilidades.
—¿Eso es bueno?
—Lo será—afirmó y tomó su mano para conducirla al ascensor, sin resistencias ni remoloneo. Ella estaba tan expectante como él, lo sabía.
A pesar de la tensión que toda esta introducción implicó, la salida fue de disfrute y ambos se relajaron a medida que las horas transcurrieron. El dialogo fue fluido y sin subterfugios, ambos conscientes de que no tenían que decir nada que no sintieran o quisieran.
Él fue curioso sobre sus gustos en libros, música y películas, su formación, las comidas que le gustaban. Todas sus respuestas le hicieron ser consciente de sus diferencias, pero esto lo satisfizo. Creía firmemente en que los opuestos se atraían y este parecía ser el caso. Preguntó mucho más que ella, alimentando la conversación, animándola a probar las delicias frescas del íntimo, aunque exclusivo restaurant al que la llevó, lugar que visitaba con frecuencia y donde el personal le mostraba indulgencia.