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CAPITULO 24 Tienes que soltarte

Esto se manifestó también sobre ella y la vio aceptar con sencillez y agrado las atenciones, aunque notó que no estaba acostumbrada.

—Tienes que soltarte, dejar que te atiendan y te mimen, Kelly. Es una experiencia agradable.

—No estoy habituada—señaló con timidez—. Digamos que… No he tenido alguien que se preocupe así por mí.

—¿Tu familia no vela por ti?

Le molestó imaginarla desvalida y descuidada. Él sabía de primera mano que la sangre no era sinónimo de amor y cuidado, pero tenía hermanos en quiénes apoyarse y juntos habían crecido y se habían vuelto adultos.

—Crecí en una familia muy estricta y en la que la moral y la religión eran lo principal. Incluso por encima de los sentimientos—suspiró—. Mis padres… No eran malos, por supuesto.

—Murieron. Lo lamento.

Ella asintió.

—Lo que el pastor y la comunidad decían, era ley incontrovertible.

Para ellos el hombre era la cabeza del hogar, quien tomaba las decisiones. Mi padre eligió a Richard, mi ex, me lo presentó. Y este se encargó de hacerme creer que era el adecuado—hizo una mueca amarga.

Él observó cada uno de sus gestos, expresiones de su evidente molestia y dolor ante los recuerdos. El rostro tenso y el restregar de sus manos dio cuenta de su ansiedad.

—No lo era—afirmó, alentándola a seguir.

—No, lejos de eso—suspiró—. Es una historia como la de muchas, supongo. Me casé joven, demasiado. Un poco para salir de mi casa, otro poco impulso de mi padre, otro poco porque estaba obnubilada. Esto duró nada. La aparente perfección del que era mi esposo era una fachada hecha de buenos modales, atractivo físico y carisma que se fue deteriorando rápido, Con el correr de los años, derivó en violencia.

Kaleb sintió su rostro transformarse de ira. Que un hombre fuera tan cobarde como para ejercer violencia sobre una mujer indefensa lo enloquecía de furor. Pero que la víctima fuera esta mujer adorable, dulce y hermosa, honesta y sin dobleces, era imperdonable.

Que su familia la hubiera entregado a sus manos era aún peor. Frenó su rabia, tratando de no demostrar demasiada intensidad para que ella siguiera hablando.

—Hoy en día me avergüenzo de haber tolerado tanto...—dijo ella, pálida y su labio inferior temblando.

Él llevó su dedo allí y presionó, mirándola con una sonrisa.

—No puede haber vergüenza de tu parte, no puede. Cuando hay violencia y manipulación…

—La hubo y mucha— sostuvo ella.

—Tú fuiste víctima. No puedes verte como responsable de nada de lo que ese hombre te haya hecho. Un poco hombre, una escoria—elevó la voz y notó miradas sobre él, por lo que sonrió, acudiendo a su autocontrol. Si alguna vez cruzaba caminos con ese bastardo le haría pagar por el dolor que veía en esa cara bella—. Lo importante es que estás aquí, saliste de ese círculo y eso requirió de valor. Te has reinventado.

—He tratado de hacerlo—asintió ella—. Luego de mucho pensar y soportar, incluso después de dejar a mi hermana de lado, que me insistía para cambiar, me escapé.

—Tu hermana debe ser una fuerza a considerar—sentenció él.

—Marie es todo lo que yo no soy. Nunca les hizo la vida fácil a mis padres, aunque estudió lo que quisieron. Luego, se fue de casa. Sé que se siente culpable de haberme dejado atrás, pero hizo bien. Y cuando la necesité, estuvo para mí. Pero me costó muchísimo. Viví meses aterrorizada y acosada.

Kaleb tenía una bola de furia en su garganta que le impedía tragar.

Pensar en su miedo, en su ansiedad, en su desprotección, hizo que brotara su más feroz instinto de tutela, como no recordaba haberlo había sentido antes.

—Lo superaste, pudiste escapar—murmuró.

—Tengo que confesarte algo—indicó ella bajando la mirada y evidentemente nerviosa.

—No tienes que decirme nada que te haga sentir incómoda.

En verdad lo creía.

—Confío en ti. El caso es… Me fui de Utah antes de que mi ex recuperara la libertad. Busqué desaparecer porque supe que no dejaría de acosarme y amenazarme. Busqué borrar mis huellas, evitar que me siguiera. Cambié mi nombre. En verdad no me llamo Kelly.

La observó con incredulidad.

—¿En verdad?

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