Casie elevó su mirada por centésima o milésima vez. No lo tenía claro, pero sabía que eran demasiadas. Kaleb Monahan se paseaba por su local, observando cada detalle con atención, a la vez que se acercaba a sus clientes a conversar y escuchar sus opiniones sobre sus productos, servicio y atención.
Se sentía evaluada y sopesada y eso la ponía de los nervios, como si estuviera bajo una lupa o por rendir algún examen. Absurdo, pero así era. De más estaba decir que todas y cada una de las mujeres que habían venido por su local, algunas varias veces en estos cinco días en los que él había estado constantemente presente, en las mañanas o en algunas tardes, habían manifestado poca resistencia a su sonrisa o su mirada.
¿Quién podría evitar volverse gelatina o derretirse ante esa voz que preguntaba qué tipo de cupcakes prefería con la misma seducción con la que invitaría a la cama? O eso suponía Casie, que a esas alturas sentía que estas bien podían ser ideas de su cabeza febril que, por otro lado, no hacía más que producir un calor corporal que la ponía cerca de la combustión espontánea.
Sí Kaleb se veía atractivo en sus trajes de corte, lo informal lo volvía un dios. Los jeans, T —shirts o camisas se colgaban a él como piezas perfectas, ajustando sus bíceps, su espalda y sus muslos de como guantes. Era una tortura mirarlo y ella debía tomar agua varias veces al día para hidratar su garganta constantemente seca. Era deseo puro y crudo el que sentía y no lo había experimentado
antes, nunca. Demonios, el hombre era el verdadero baja bragas que hacía que sus partes estuvieran constantemente húmedas. No había derecho a ser tan seductor, no. <<¿Qué podía hacer una mujer ante tanto despliegue sino mirar?>>, pensaba con frustración ante su poco autocontrol.
Más que nunca su uniforme de trabajo era una barrera de protección para evitar que él fuera consciente de la tensión en sus pezones. La mejor decisión que había tomado fue la de comprar el consolador, que por fortuna había arribado el mismo lunes que él comenzó sus visitas.
Estaba haciendo un uso que podría llegar a calificarse como desmedido del artefacto. Si el lunes y martes había sido controlada,
explorando opciones, los días posteriores, en los que la tensión sexual la había consumido, el objeto había sido exprimido sin piedad. <<Es demasiado, seguro que estoy en el medio de un descontrol hormonal>>, pensó al comienzo, aunque luego se convenció de que era deseo y excitación.
Cada vez que lo usaba imaginaba las manos de Kaleb suavemente sobre su piel, apretando sus pezones y succionándolos, su boca en su centro explorando su intimidad y tomando todo de ella. Su masculinidad, cuyo bulto se visualizaba gloriosamente en los jeans, dio considerable potencia a las fantasías. El viernes se encontraba ya francamente asustada de la magnitud de su obsesión.
Él no había sido más que amable y estaba trabajando disponiendo de su tiempo para que ella, que no era nadie ni nada para él, pudiera mejorar su negocio. Era su imaginación lujuriosa y fuera de control la que creaba todo, se decía, y por momentos así lo creía.
Luego, cuando notaba la evaluación fogosa que él realizaba de todo su cuerpo, así como los pequeños gestos y toques cuando se acercaba, volvía a traer la idea de que algo había entre ellos. Una chispa, química, algún detalle de ella que lo atraía.
Él era un hombre de tacto: el suave toque de sus dedos en su palma cuando quería llamarle la atención, el roce al pasar a su lado, el murmurar algo en su oreja rozando su lóbulo, instancias en las que él se acercaba y su respiración o su piel se conectaban, eran las que la dejaban loquita. Tal vez se hostigaba demasiado, consideró en más de una ocasión, en la que optó por defenderse. El hecho de tener cerca un hombre que era el sueño de muchas era un disparador para una libido siempre retraída. Su ex la había calificado de frígida por su falta de respuesta. Si la viera en sus noches de vino y vibrador no podría creerlo. No, no, se retrajo. Lejos, a aquel hombre no podía convocarlo ni con el pensamiento.
Si uno tenía que diseñar al hombre perfecto para correrse, no podía pensar en una imagen mejor que la del impresionante ejemplar masculino que era Kaleb Monahan. No le gustaba cosificar a nadie, pero el hombre estaba para comérselo. Literalmente. Lo que más la ponía era su voz y la forma en que se dirigía a ella.
Si mencionara en voz alta que la volvía papilla la manera en que él se imponía y la mandoneaba, ordenando mas que solicitando, tanto con un gesto, con la mirada o con palabras simples, seguro la verían como una sometida. Con todo el movimiento en pro de los derechos y la igualdad, que la excitara que él se impusiera parecía absurdo. Con su historial lo parecía. Pero no era lo mismo. No lo era, ni un poco. Se sentía pequeña y no podía negarle respuestas o acciones.
Ella sabía que tenía tendencias a la sumisión, lo había comprobado al aceptar durante tantos años a Richard. La terapeuta le había explicado con claridad que el abuso emocional y físico no se daba solo sobre personas naturalmente sumisas, sino que podía afectar a cualquiera. Quien violentaba lo hacía con manipulación constante y sometida en el tiempo, una que despersonalizaba y horadaba la autoestima. Eran personas seductoras, que mostraban una imagen, una cara para la conquista. El monstruo se veía en la intimidad.