Capítulo 4

Noventa y Nueve Coma Ocho Por Ciento

Mientras tanto, en el último piso de la torre, Callum regresaba lentamente a su asiento. Cerró los ojos y se apoyó contra el respaldo por un segundo.

La conversación lo había dejado con el pulso alterado. Aurora tenía ese efecto en él. Siempre lo tuvo. Se consideraba un hombre maduro que ya no iba a caer por esa mujer. No de nuevo. Controlador, estratégico y brillante. Callum no dejaba nada al azar. Cada decisión que tomaba estaba calculada con precisión quirúrgica. Está acostumbrado a tener la última palabra en negocios, contratos y relaciones. Usaba el sarcasmo como escudo y arma. Sabía que sus palabras pueden cortar como cuchillas y las empleaba con maestría cuando se sentía acorralado emocionalmente.

Callum aprendió a no mostrar debilidad. No lloraba. No temblaba. Desde niño aprendió que el mundo no protege a los vulnerables. Prefería ser odiado a parecer expuesto. Su infancia estuvo marcada por un matrimonio frío entre sus padres. Criado como un proyecto corporativo, no como un hijo, fue producto de un acuerdo de afinidad genética entre dos dinastías. Nunca conoció afecto genuino. Eso lo hacía resistirse al amor y los sentimientos, pero lo deseaba en lo más profundo. No quería vivir como sus padres y menos criar un hijo como si fuese un activo.

Si bien su forma de amar era torpe y ruda, cuando entregaba su lealtad lo hacía de forma feroz. Era el tipo de hombre que podía destruir a un imperio por proteger a una sola persona.

No mezclaba emociones con intimidad... hasta Aurora. Con ella, su autocontrol falló estrepitosamente y su deseo de poseerla, protegerla y pertenecerle se volvía abrumador después de volver a verla. No quería eso. Sabía cerrar contratos de millones con una palabra, pero frente a una lágrima de Aurora, se sentía fuera de control. Esa mujer desarmaba cada una de sus defensas, lo cual lo aterraba… y lo atraía al mismo tiempo.

Con un suspiro, Callum se acercó a su escritorio. Tocó el lateral del monitor integrado y la pantalla se iluminó. Buscó en su bandeja de mensajes hasta que encontró el informe genético que había estado evitando abrir.

- Veamos qué tan jodido está todo esto… - murmuró moviéndolo para abrirlo y el nombre de ella marcado en negrita apareció frente a sus ojos.

Autoridad Nacional de Compatibilidad Genética – Resultados oficiales

Nombre: Callum Sebastian Whitaker

Compatibilidad genética óptima para descendencia viable de nivel A+...

Nombre del sujeto correspondiente: Aurora Isolde Hastings

Porcentaje de compatibilidad: 99.78%

Callum se quedó en silencio.

Por un segundo, todo lo demás desapareció. Las gráficas del mercado, las líneas de importación, los mapas de expansión. Solo existía esa cifra. 99.78%

Como si estuvieran diseñados para encajar.

Dejó caer el cuerpo en el respaldo, de golpe. Releyó la línea tres veces. Luego apoyó el codo en la mesa y se frotó la frente con una mano.

- Maldita sea…

No era solo el número. Era lo que implicaba.

Podía negarse. Podía rechazarla. Pero ese resultado sería la comidilla del comité genético nacional. Lo empujarían a considerarla. Podrían incluso presionarlo legalmente si ella apelaba al “derecho prioritario de concepción”.

Y lo peor…

Lo peor era que parte de él no quería rechazarla.

No por los genes. No por el apellido.

Sino por esa noche en la universidad. Por ese casi-beso. Por lo que pudo ser… y nunca fue.

Callum miró la cifra una vez más. Luego cerró el archivo con un golpe seco y se reclinó en su silla de cuero negro.

- ¿Qué vas a hacer ahora, Hastings? – murmuró - Porque no pienso ponértelo fácil.

El Peso Del Nombre

La oficina del abuelo seguía siendo la misma desde que ella tenía uso de razón: muebles de madera oscura, repisas llenas de premios y recuerdos, una única fotografía familiar enmarcada con cristal blindado: su padre, su madre y ella, con apenas cinco años. El único vestigio de afecto visible. El resto del lugar era una declaración de poder.

Aurora entró sin pedir permiso. Harper la había acompañado hasta la antesala, pero no cruzó la puerta. Sabía que esto debía enfrentarlo sola.

Richard Hastings estaba de pie, junto a la chimenea digital que imitaba el fuego real. Llevaba puesto uno de sus trajes de tres piezas color grafito y sostenía su bastón como si fuera parte de su cuerpo. Su expresión era una piedra tallada.

- Me informaron que fuiste a ver a Callum Whitaker. - dijo sin girarse.

Aurora tragó saliva, cansada ya del espionaje velado que rodeaba cada uno de sus movimientos.

- Lo hice.

- Y te marchaste antes de los quince minutos. - añadió, finalmente dándose la vuelta - ¿Acaso esperabas que te abriera las piernas con solo sonreír?

- ¡Abuelo!

- No pongas esa cara. No estoy aquí para endulzar verdades.

Aurora frunció los labios. El dolor hervía por dentro, como lava atrapada bajo la piel. Lo amaba. Lo odiaba. Quería comprenderlo, pero era como intentar abrazar a un muro.

- No funciona así. - dijo, más bajo, buscando controlarse - Lo conozco. Tiene su orgullo. Lo lastimé… hace años. No va a aceptarlo tan fácilmente.

- Y tú tampoco lo estás intentando con la convicción necesaria. - replicó Richard, clavando en ella una mirada de acero.

La sala se llenó de un silencio denso.

- ¿Es eso lo que crees? ¿Que estoy jugando?

- Creo que estás permitiéndote debilidades que no puedes darte el lujo de tener.

Aurora desvió la vista. No quería llorar. No frente a él.

- Tú no sabes lo que es…

- ¿Qué cosa? - La voz de Richard se quebró apenas, pero su tono siguió firme - ¿No sabes lo que es ver morir a tu propio hijo en un accidente estúpido y, semanas después, enterrar a tu nuera, quedándote con una niña de cinco años que te mira con los mismos ojos que tu hijo tenía?

Aurora lo miró, sorprendida por la confesión. Su abuelo rara vez hablaba del pasado.

- ¿Sabes cuánto miedo tenía yo, Aurora? - continuó - ¿Cuánta rabia? Cada vez que te veía llorar, cada vez que pedías a tu madre en sueños, sentía que fallaba. Que no sabía qué demonios hacer contigo ¿Te crees que es fácil criar a una criatura cuando el mundo te exige seguir construyendo un imperio? Cuando te señalan con el dedo y te dicen “ahí va el Hastings que lo perdió todo”?

Ella respiró hondo. Se sintió como una niña otra vez. Tan pequeña frente a su figura imponente.

- No quería ser cruel. No al principio. - dijo él, bajando la mirada un segundo - Pero si te mostraba debilidad, el mundo te devoraría. Así que te hice fuerte. Y esa fue mi condena. Porque ahora… ahora ni siquiera me dejas acercarme.

- No es eso…

- Sí lo es. Me hablas con distancia. Me miras como si fuera el enemigo. Pero soy lo único que te ha mantenido en pie todos estos años.

Aurora dio un paso hacia él, sin saber qué decir. Tenía la garganta cerrada.

- No quiero perderte también. - dijo él con voz baja, como si no lo hubiera querido decir en voz alta.

Entonces recuperó su rigidez de inmediato. Volvió a caminar hacia el escritorio. Volvió a ser el hombre de acero.

- Pero no tengo más tiempo, Aurora. Esta empresa necesita una heredera fuerte. Alguien que no tiemble ante un capricho emocional. Tienes en tus manos el poder de garantizar nuestra continuidad. No lo desperdicies por orgullo.

- No es orgullo. - dijo ella, más firme - Es dignidad.

Richard levantó una ceja.

- ¿La dignidad alimenta empresas? ¿Firma contratos? ¿Protege a tus futuros hijos de los tiburones que hay allá afuera?

Ella apretó los puños.

- Tú quieres que tenga un hijo con el hombre que más me ha despreciado. Que me humilla cada vez que puede. Que me hizo pagar por algo que ni siquiera entendió…

- ¿Y qué vas a hacer entonces? ¿Rendirte? ¿Entregarle el legado a Julian?

Aurora lo miró. Los ojos azules de su abuelo eran espejos del suyo. El mismo color. La misma rabia.

- No.

- Entonces encuéntralo. Convéncelo. Hazlo tuyo de la forma que sea necesaria. No quiero excusas. Quiero resultados.

Ella lo miró, temblando de ira contenida.

- Tú nunca quisiste una nieta. Solo una continuación de tu nombre.

Richard no respondió. Pero en su expresión, por un segundo, brilló algo que no era dureza… sino culpa.

Aurora se dio media vuelta y salió sin más palabra. Harper la recibió afuera con una mirada tensa.

- ¿Qué te dijo?

- Que me convierta en madre… aunque tenga que vender mi alma al diablo para lograrlo.

- ¿Y tú…?

- No sé. No sé si me queda alma que ofrecer.

Mientras tanto, en su despacho, Richard se quedó solo.

La chimenea parpadeaba con luz cálida. El silencio lo envolvía. Miró la fotografía familiar sobre su escritorio. Sus dedos rozaron la imagen de su hijo muerto. De su nuera. De aquella pequeña de bucles oscuros que una vez lo abrazaba sin miedo.

- Lo siento, Claire… - murmuró al aire - A veces no sé si la estoy salvando… o perdiendo más rápido.

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