La noche era oscura y los pensamientos robaban su tranquilidad en todo momento, así que Amalia cerró sus ojos decidida a poner su mente en blanco e intentar salir de su realidad.
El agua del jacuzzi estaba en el punto perfecto y por fin su cuerpo inició a relajarse, pero no por mucho tiempo, pues empezó a sentir unas manos que se deslizaban por su cuello acariciándolo suave y sutilmente. Luego escuchó esa voz que le susurró.
—Por favor, no abras los ojos.
—¡No puede ser!
Esa voz y ese aroma eran conocidos y fue cuando su corazón empezó a latir con gran velocidad. Ella quería abrir los ojos, pero hizo lo que se le ordenó y los mantuvo cerrados mientras disfrutaba de las caricias que la hicieron estremecer por completo. No sabía cómo nombrar lo que en ese momento sentía y solo disfrutó del momento relajante, pero de la misma manera que inició, terminó todo…
—¡Dante! —gritó y abrió los ojos con esperanza de verlo, pero al buscar por todo el espacio no había nadie.
Su cuerpo temblaba y as