El aire de la madrugada aún flotaba húmedo y cortante, y cada bocanada que Valery inhalaba salía en forma de vaho blanco, dibujando nubes efímeras frente a su rostro.
Un escalofrío involuntario le recorrió la espalda mientras sus pasos resonaban en el suelo del garaje con un eco frío, a lo lejos, un perro ladraba y el chillido metálico de un portón oxidado rompía brevemente el silencio, como si el mundo supiera que algo se había roto, el olor a tierra mojada se mezclaba con el humo tenue de las farolas aún encendidas.
Abrió el capó del auto, se agachó, y con dedos hábiles volvió a conectar los cables que ella misma había roto la noche anterior, el metal estaba helado, su piel lo sintió como una advertencia, una punzada de culpa le recorrió la espalda.
Cerró el capó con suavidad, respiró hondo como si pudiera calmar el remordimiento, volvió a entrar y lo esperó junto a la puerta con los dedos apretando con fuerza las llaves.
—Yo conduzco —dijo con firmeza, estirando la mano.
Jacob la m