Habían pasado dos semanas desde la muerte de Mike, pero para Jacob, el tiempo parecía haberse detenido.
Las agujas del reloj giraban, sí, pero su mente seguía atrapada en aquella madrugada maldita.
El tic-tac del viejo reloj de pared era lo único que llenaba la estancia, un sonido seco, insistente, que parecía burlarse de su inmovilidad.
El ambiente olía a encierro, a humedad estancada y a madera que llevaba días sin abrirse a la luz, todo en la casa era denso, como si el aire mismo compartiera su duelo, su rostro, antes animado, ahora lucía cubierto por una barba descuidada, y sus ojos, que solían tener una chispa irónica y cálida, se veían opacos y sin luz.
Dormía poco, hablaba menos, y se movía por la casa como un fantasma familiar que nadie se atrevía a perturbar, las luces permanecían apagadas la mayor parte del día, y los rincones de la casa estaban impregnados de una quietud que dolía.
Esa noche, la casa estaba sumida en un silencio espeso, apenas roto por el crujir de la mader