Las puertas que se abren con cortesía… pueden dejar entrar al cazador.
Era una noche aparentemente tranquila, el silencio del vecindario se interrumpía de vez en cuando por el zumbido de los postes eléctricos o por el murmullo apagado de algún televisor lejano.
Una brisa ligera movía las ramas desnudas de los árboles, que proyectaban sombras deformes en la acera como si quisieran advertir de algo.
Un crujido sutil se deslizó entre los arbustos secos, seguido de un susurro que bien pudo ser el viento… o algo más, el aire tenía un peso extraño, como si se negara a moverse libremente.
Jacob se encontraba organizando algunas cajas en la sala, apilando libros y utensilios con ritmo distraído, cuando el timbre sonó.
Al abrir la puerta, lo esperaba un hombre de rostro afable, cabello oscuro y peinado hacia un lado y con una sonrisa medida. Vestía una chaqueta oscura de corte clásico, camisa blanca y un reloj antiguo en la muñeca.
Mientras esperaba que Jacob lo hiciera pasar, ajustó el reloj