Sábado por la mañana, Isabella despertó en la cama de Jacob, envuelta en su aroma y con la sensación de sus besos y caricias todavía cubriéndole la piel.
Vaya hombre. No quería caer en comparaciones, pero era inevitable. Todo lo que sabía respecto a la intimidad lo había aprendido con Oliver, su único y precario marco de referencia (PRECARIO con mayúsculas).
Se había cansado, tenía varios músculos medio entumecidos y eso ya era decir mucho, y no se había aburrido para nada.
Y agradeció que Jacob no estuviera en la cama con ella, no estaba muy segura de lo que seguiría a continuación, casi sentía como si hubiera perdido la virginidad por segunda vez. Metió la cabeza bajo la almohada y cerró los ojos.
Un repentino beso en la espalda la sobresaltó. El calor del cuerpo de Jacob tuvo un efecto inmediato y empezó a tener calor también.
—¿Me traes el desayuno a la cama?
—Tendría que ser el almuerzo, van a ser las cuatro de la tarde.
Imposible, ella sentía que apenas y había dormido algo dur