Luego de lamentarse, llorar y pensar en la vida de pesadilla que se le venía por delante, Isabella se sintió lista para enfrentar a su esposo.
Se vistió con un traje de dos piezas, diseñado a la medida por una exclusiva casa de modas italiana. El corte elegante realzaba su clase y refinada belleza.
Volvió a maquillarse, ocultó sus ojeras y trató de disimular sus ojos hinchados.
Le dio volumen y movimiento a su cabello, tal cual como se lo peinaban en el salón de belleza.
Se veía hermosa aunque por dentro se moría.
Llegó a la inmobiliaria sin aviso previo, la temblorosa asistente le dijo que Oliver estaba en la sala de reuniones y hacia allá fue. No llamó a la puerta para entrar.
—¡¿Qué haces aquí?! —masculló Oliver por lo bajo, con expresión desencajada al verla.
Había dos hombre más con él.
—Ya que te fuiste y no contestas mis llamadas, no me dejaste más opción que venir aquí.
—Estoy ocupado, espera afuera —ordenó, con los labios apretados.
Qué feo se veía cuando estaba enojado.