Él había estado todo el día trabajando y no había vuelto a tratar con ella desde la mañana. Al pensar que estaba molesta con él, creyó que lo mejor era no molestarla. Durante el día, ella ni siquiera le había dirigido la palabra y él no la iba a forzar hacerlo.
Pero ahora el panorama había cambiado de orientación, ahora era ella la que estaba ante él, llamando a su puerta y con la inesperada declaración de querer dormir allí.
—¿Por qué? —increpó.
—Solo quiero dormir aquí esta noche.
Él solo alzó las cejas con duda como respuesta, al instante regresó a su expresión contrariada y volvió a preguntar.
—¿Alguna razón para ello?
—¿Me vas a dejar entrar o no? —espetó con mirada de disgusto.
—¿Que no habías dicho que tu presencia en esa habitación iba a ser definitiva? —interpuso con voz seca mientras se cruzaba de brazos para dejar apoyado un hombro en el marco de la puerta—. Yo decidí respetar eso cuando me lo pediste. ¿Cambiaste de parecer?
—Solo esta vez —murmuró en voz apagada—,