୧ XLIII ୨

—No estaba huyendo —susurré, apenas audible.

—¿No? —repitió, con una incredulidad ve

Su tono era bajo, firme, casi hiriente—. Entonces dime… ¿por qué me has estado evitando?

Sus ojos se entrecerraron, examinándome con la misma precisión con la que un depredador estudia a su presa.

—No pretendas convencerme de que todas esas excusas tuyas fueron simple coincidencia.

No hacía falta que levantara la voz. Su calma era suficiente para dejar claro que estaba molesto. Lo sentía en cada palabra, en el ritmo pausado y cortante de su tono, en la forma en que su mirada me desnudaba, arrancando capa tras capa de mis defensas.

Retrocedí un paso, instintivamente. Pero él lo siguió con la misma lentitud calculada, acortando la distancia con una paciencia que me heló la sangre.

Mi mente me gritaba que corriera, que hiciera algo. Pero mi cuerpo se negaba a obedecer.

Fui una ingenua al pensar
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