୧ CLXXXI୨

Vi de reojo a Nora, quien permanecía erguido, sin inclinarse, tal como yo.

Su gesto, aunque silencioso, era un acto de rebeldía cuidadosamente medido. Un intercambio breve, casi imperceptible, bastó para que ambos supiéramos que estábamos pensando lo mismo.

Los altos mandos del imperio, envueltos en sus uniformes de gala, levantaron las copas de vino que habían sido servidas con antelación. El movimiento fue sincronizado. Como si el simple acto de brindar pudiera sellar su lealtad.

Las copas tintinearon con elegancia antes de que todos bebieran al unísono, en honor al nuevo emperador.

Uriel, con esa arrogancia que le era tan natural como respirar, esbozó una sonrisa apenas perceptible antes de dejarse caer sobre el trono que ahora reclamaba como suyo. Se acomodó con la gracia calculada de un actor que sabe que todas las miradas están sobre él.

Su espalda recta, su mentón elevado, sus dedos descansando sobre el apoyabrazos c
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