A pesar de tener la victoria al alcance de su mano, Nuriel no parecía moverse.
Su espada seguía apuntando hacia su hermano, pero había algo en su mirada que no era de odio ni venganza. Había confusión, incertidumbre, y un peso invisible que parecía hundir sus hombros aún más que la propia batalla.
Había algo más profundo, algo que solo ella podía comprender.
Aunque su posición era indiscutiblemente ventajosa, y a pesar de haber derribado a incontables enemigos, Uriel tenía razón en una cosa: Nuriel no tenía el valor de acabar con él.
No porque no lo deseara, sino porque, a pesar de todo, a pesar de la traición y de las sombras de dolor que él había sembrado en su vida, él seguía siendo su hermano. Y para ella, a pesar de todo, no dejaba de ser la persona con la que había compartido la niñez
Uriel la veía como una amenaza, una enemiga que le había arrebatado todo lo que él creía que le pertenec